jueves, 2 de julio de 2009

¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué
se halla, qué es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, a esa una,
a esa única que me diste en el viejo paraíso.

domingo, 21 de junio de 2009

EL DIVAN DE ANTAR

V.

Se abren las puertas a los recintos de mármol negro.
Sueños reflejantes.
Así las aguas de la Estigia
devuelven la imagen sólo por un momento
antes de devolcerla.

Mujer sin sombra.
¿O sólo sombra muda, sin sustancia?

Sentimientos afloran a la superficie
negándose a ser sepultados para siempre,
blillando al sol,
volátiles-
como el tulipán de África
lanza a la aventura sus semillas;
caen ligeras al agua,
quedan prendidas en el pelo.
Forma de corazón.

De un solo sentimiento
ya perdiendo sustancia,
ya tomando contornos fugaces,
hablan criaturas que nutren ya su propia muerte,
la contienen en sí,semilla alada.
Soberanía del tiempo
dejando su sello
en el borde de las hojas.

Y mi muerte toma tu rostro
como el de un ángel.
La tregua se prolonga un poco más.
Salideros del sueño, puertas
a los recintos de mármoles oscuros.
Palacios de la muerte.
Lecho donde dormimos juntos sin tocarnos.

Los poemas de Antar.

IV.

Velo tu sueño.
Te envuelven mantos transparentes,
rozan apenas tus párpados
cuando el sol ya levanta
columnas de humo en los poblados.

Desde otra estancia
siento en mí tus ojos que se cierran,
tu aliento-
como pasar entre tiestos de jazmines de Arabia,
jazmín tú mismo,
flor de tu raza

Como un profeta,
como un danzante ebrio
giras hasta el amanecer
apuntando al cielo y a la tierra,
y tu cuerpo,
eje del infinito,
es morada del relámpago.

En mí palpitan tus muchas almas.

Tu voz me invade en ecos cada vez más profundos,
reverbera en las yemas de mis dedos,
en mi pecho se extiende
como ondas circulares en el agua.
Y en esas ondas tu sueño, pues ya duermes.

Tu rostro se vuelve arcilla,
máscara de la muerte.

Hilos finísimos ligan nuestro aliento.
Al fondo de tu sueño,
en su lecho de arena,
se aquieta la conciencia-
o crea flores y talismanes que te ofrece
mientras tu sueño sigue,
ya inmóvil en su fondo,
ya fluyendo a la deriva.


Palabras errantes tocan mi vigilia.
De tu sueño emergen
fugas de gorriones entre los cedros.